Poema=¿La humanidad se está volviendo más tonta?
Aunque parece una pregunta de connotaciones ecologistas o geopolíticas, estamos ante un ejercicio de la más silvestre racionalidad. El tema viene a propósito del último post, acerca de un banco de semen creado para concentrar los genes más brillantes del género humano. Bueno, cabe la pregunta acerca de si el propulsor de esa iniciativa -acusado luego de discriminador y nazi- tenía algún lejano sustento en su miedo a la supuesta degradación de la especie. Por duro que suene, el frío debate científico admite una discusión apasionante: ¿Qué pasa con las generaciones herederas de la pobreza extrema y el consumo de drogas? En otras palabras, ¿si ahora estamos así, cómo serán nuestros hijos? Pues bueno, informes científicos publicados en el siglo XX apuntaron a un preocupante retroceso del coeficiente intelectual (C.I.) respecto a las generaciones previas.
Uno de los más alarmantes fue realizado por Ciryl Burt, quien en su momento fue considerado uno de los especialistas en psicología más importantes de Inglaterra. A mediados de los años cuarenta, Burt informó a las autoridades de su país que sus largos estudios sobre la evolución de la inteligencia humana lo habían llevado a una conclusión categórica: desde principios de siglo cada generación presentaba dos puntos menos en su C.I. “El efecto que produjo este informe fue realmente considerable”, según el escritor suizo Gabriel Veraldi, un aficionado a los temas ocultos. Varios investigadores realizaron estudios estadísticos para confirmar o descartar esa afirmación. “Fueron estudiados también los efectos del movimiento de población hacia las ciudades, de la destrucción de tugurios, del orden de nacimiento, y la distribución de becas, la asistencia del Estado, etc”. Los resultados parecían confirmar la premisa, según puede verse en un cuadro citado por Veraldi:
C.I.
padres /hijos
153,2 / 120,3
132,4 / 114,6
117,1 / 109,7
108,6 / 104,5
97,5 / 98,2
86,8 / 92,0
81,5 / 89,1
57,3 / 67,2
El mismo año en que Burt lanzó su advertencia, el profesor Godfrey Thompson escribió un artículo en el que se mostraba tremendamente pesimista acerca de la educación en Inglaterra. Según Thompson, el sistema educativo estaba planificado para seleccionar a los individuos más capaces, pero a la vez los empujaba a una situación de virtual esterilidad. Veraldi lo explica así: “Los estudiantes temen que el matrimonio les reste el tiempo y la energía necesarios para sus actividades creadoras. Las mujeres, sobre todo, piensan que no podrán ser buenas esposas y madres si continúan con su trabajo […]. Cuanto más útiles son los individuos a la sociedad, más estériles son. Un fenónemo llamado ‘fecundidad diferencial’ impide la reproducción del mejor capital genético”.
Un quisiera creer que se trata de una tesis en desuso, como esas teorías científicas que refutaban a regañadientes la idea darwiniana de que el hombre desciende del mono. Falso. De hecho, la última vez que alguien la esgrimió fue hace tan poco como en 1994. En el libro The Bell Curve los investigadores Richard Herrnstein y Charles Murray plantearon lo mismo que Ciryl Burt: la inteligencia es un factor genético. Según estos autores, diversos análisis empíricos evidencian que ciertos grupos están mejor dotados genéticamente que otros en este aspecto. Un ejemplo, aseguran, es que pruebas de inteligencia tomadas en Estados Unidos arrojan que las personas de origen asiático tienen un coeficiente intelectual superior al de los blancos, y que estos superan significativamente a los negros.
Herrnstein y Murray especulan con las estadísticas y llegan a conclusiones impactantes. Otra igual de controvertida que la anterior es que el sistema educativo y laboral estadounidense, al seleccionar a los estudiantes más aptos, está generando una estratificación cognitiva: los más inteligentes obtienen las mejores condiciones de estudio, por tanto mejores salarios, mayor estatus, viven en áreas exclusivas separados del resto de la población, envían a sus hijos a centros educativos con mayores estándares y así se repite el círculo virtuoso. El problema es que, siguiendo esta lógica estadística, los individuos de menor C.I. permanecen en las capas más bajas, suelen padecer más carencias, viven en contextos deteriorados por comportamientos antisociales, altas tasas de divorcio y nacimientos extramatrimoniales, delincuencia, violencia. La comparación arroja los mismos temores expresados por científicos medio siglo antes: la tasa de reproducción en mujeres con alto nivel educativo tiende a reducirse frente a las mujeres con menor instrucción.
Por supuesto, teorías como esta tienen numerosos y fuertes detractores. El profesor Stephen Jay Gould, catedrático de la universidad de Harvard, escribió en un artículo que Herrnstein y Murray caían en el llamado “darwinismo social”, una teoría del siglo XIX basada en “la idea de que existe una clase permanentemente pobre conformada por gente genéticamente inferior que se ha precipitado a un destino inevitable”. El profesor Gould afirma que los argumentos y deducciones expuestas por ambos científicos carecen de solidez, profundidad de análisis y en algunos casos de información. Incluso asegura que sus premisas son falsas. Por ejemplo: aquella que atribuye diferencias intelectuales entre grupos étnicos por factores genéticos. Según Gould, otro factor hereditario como la estatura puede alterarse con una mejora en la alimentación a lo largo de varias generaciones. Del mismo modo, la igualdad de oportunidades bien podría reducir e incluso eliminar la diferencia de 15 puntos en las mediciones de C.I., favorable a los blancos.
Es justamente esa proyección la que conduce a una convicción distinta. Los involucrados en esta clase de estudios la conocen como El Efecto Flynn. Es la demostración de que el C.I. no solo no corre peligro, sino que se ha incrementado en las últimas generaciones. El argumento fue desarrollado por el investigador político James R. Flynn. Tras un análisis de la información recolectada en veinte países desarrollados, durante seis décadas, Flynn llegó a la conclusión de que los índices de I.C. se han incrementado en diversas medidas que van desde 5 a 25 puntos. Las razones de este salto varían, desde la mejora de la alimentación, el progreso de los sistemas educativos, el acceso más amplio a nuevos artefactos tecnológicos. “Así, si un joven contemporáneo del promedio se somete a un test que fue preparado hace veinte años, tendrá un resultado considerablemente mayor al promedio”, explicó Leon J. Kamin, catedrático de psicología de la Northeastern University en un artículo publicado en la revista Scientific American (1995).
Cabe pedir una explicación sobre tan radicales diferencias entre ambas conclusiones. Tras revisar algo sobre este debate, me inclino a pensar que la polémica lectura de los autores de Herrnstein y Murray en The Bell Curve tiene arrugas de otro corte. “El texto evoca el lúgubre y aterrador bramido de las demandas asociadas con el pensamiento conservador: reducción o eliminación de la seguridad social, la eliminación o recorte radical de la política de cuotas en las escuelas y centros de trabajo”, señala el profesor Gould. Otros investigadores han señalado que las 1000 referencias incluidas en su trabajo son imprecisas o corresponden a muestras poco representativas. Y por si fuera poco, cuatro años después de la muerte de Ciryl Burt, un antiguo gurú de esta teoría, se demostró que dos colaboradores que le habían ayudado en sus estudios simplemente no existían.
En consecuencia, para este club la humanidad no se está volviendo más tonta, aunque sus obras lo sugieren bastante.
Autor: Christ_Velan
Diseño: Shoshan |
