(Este poema no me pertenece, lo escribió mi hijo menor, Sergio, y he querido compartirlo con ustedes. LEONOR)
Fui semilla en esta vida
y en la tierra me sembraron
fui creciendo cada día
y las lluvias me regaron.
Cuando era un arbolito
las hormigas se arrimaban
me pedían mis hojitas
y con gusto se las daba.
Con el tiempo me hice un árbol
tuve frutos en mis gajos
y las hojas me adornanaron
por mis años de trabajo.
Quise mucho a mi familia:
¡a mis árboles hermanos!,
¡flores, plantas y animales!
¡qué feliz viví esos años!
En mis ramas se posaban
los alegres pajaritos
¡con el canto y su trabajo
construyeron sus niditos!.
Todo esto era mi vida
¡tan hermosa y tan sencilla!
hasta el día en que unos hombres
destruyeron mi alegría.
Con sus hachas afiladas
comenzaron a cortarme
¡más gritaba de dolor!
¡más querían lastimarme!.
Me sacaron las ramitas
y los nidos se cayeron
¡cuántos pobres pichoncitos
en el suelo se murieron!
Sus papás y sus mamás
con los hombres no pudieron...
les rogaban que se vayan
pero éstos no se fueron.
Se quedaron y siguieron
y mis hojas no crecieron...
me cortaron y tumbaron,
me golpearon y me hirieron.
Me partieron en dos partes
y una enorme cruz hicieron
me llevaron a otra parte
¡y felices se rieron!.
En el suelo me dejaron
no podía levantarme,
por instinto sólo supe
que estaban por matarme.
Extrañaba a mi familia
a mi tierra y a mi hogar
¡qué tristeza que tenía
y qué ganas de llorar!.
A los días vino un hombre
y con amor me levantó
me tomó entre sus brazos
y en sus hombros me cargó.
Me llevó por un camino
y unos hombres lo golpeaban,
se reían, se burlaban
y él amaba y perdonaba.
Pude ver que en su cabeza
él llevaba unas espinas
¡ellas eran de mi pueblo!
¡ellas eran mis amigas!.
Todas estaban muy secas
y sufrían por la sed
él les dijo amigas mías
de mi sangre beberéis.
¡Cuánto amor por las espinas!
que a pesar de su dolor
les calmó la sed con sangre
y les dio su paz y amor.
Escuché a los verdugos
que en mí cruz lo clavarían
si era cierto lo que oía
a los dos nos matarían.
¡Tuve miedo de morir!
¡tuve miedo de los clavos!
¡Mi Señor! ¡mi Dios! ¡mi Cristo!
¡sólo quiero estar a salvo!
¡Por favor ayúdame!
¡no podría soportarlo!
¡el dolor sería inmenso!
¡no podría aguantarlo!.
Cuando estaban por clavarnos
fue tan grande su amor
que sus manos me cubrieron
reduciendo mi dolor.
Con sus pies hizo lo mismo
me alivió de aquellos clavos
¡no tenía ya temor!
¡por su amor estaba a salvo!.
A dos árboles hermanos
pude ver a mis costados
sin raíces, mutilados,
hecho cruz y lastimados.
Mi señor habló a su padre
y escuché que le decía:
¡que perdone a estos hombres
que ignoraban lo que hacían!.
Tuve sed y no tenía
agua aquí para beber
y Jesús crucificado
dijo yo te la daré.
Fue entonces cuando un hombre
un lanzazo le clavó
y de su lado derecho
agua y sangre derramó.
De esa agua yo tomé
embebida con su sangre
nunca más volví a tener
esa sed en mí tan grande.
¡Por su muerte me he salvado!
¡por sus llagas me he sanado!
¡me hizo el árbol de la vida!
¡soy la cruz que él ha llevado!.
SERGIO