llegando el veintidós
del mes de Diciembre
bien tempranito
ante el televisor te sientas
pertrechado por tus decimitos.
Y, a las nueve de la mañana,
seriecitos, formalitos, repeinados
los niños van desfilando;
los bombos empiezan a girar,
los números van saliendo
y tú, a tu décimo aferrado,
elevas al cielo mil jaculatorias
para que el premio gordo
coincida con tu número.
Pero, para dar más emoción,
el premio está perezoso
y se niega a salir sin desayunar;
y tu corazón que esta latiendo
no ya a cien ó doscientos
sino que va a mil por hora;
y, cuando al borde del infarto estás,
por fin el señor gordo decide salir;
pero, como es un maleducado,
de ti ha pasado olímpicamente
y, el número con el que decide salir,
al tuyo ni se aproxima…
¡¡Vanas ilusiones rotas!!
seguirás sin salir de un sueldo
que no deja de ahogarte;
pero la vida sigue pasando
y, para animarte piensas,
¡TODAVIA ME QUEDA LA DEL NIÑO!








