resecos, agrietados como la piel del roble;
tengo en la boca sal, amarga de añoranzas,
huérfana de ilusiones, de amores encendidos.
Tengo un sabor de acíbar en el alma incrustado,
como gatos salvajes devorando mis carnes.
Me habitan los demonios que saben a nostalgia,
me asfixian como el aire de una ciudad quemada.
Hoy no brotan los versos de mis labios;
un fuerte olor a frío me ha dejado la aurora,
que goteaba grises en mi estancia dolida
cubriéndola una sombra cuajada de silencios.
Hoy mis labios se niegan a pronunciar palabras...