sordo y soñoliento
de mis golpes de corazón
añorantes en el hueco
de tus brazos ardientes
y tan sedosos
corro después de ti
sin tregua, día y noche
enganchado en la melena blanca
de mis sueños brumosos correteando
como una inmensa noche sonámbula
y una sombra intrusa y tremulante
a la orilla de tus sueños perdidos
tú, la bella durmiente del bosque
yo, el príncipe de caballo blanco
convirtiendome en un céfiro
pondría con suavidad
un beso dulce y mojado
en tus labios tiernos
para que durmamos eternamente
bajo el arpa encantada de la felicidad infinita
y el arco iris de tu embriagante mirada