De mi infancia
Me desprendí de mi placenta;
hoy mi alma en paz transcurre
cerca del valle de los setenta.
Nada me desespera ni aburre,
mi conocimiento se alimenta
de lo que por mi ego discurre.
Mis evocaciones son vagas
por latifundios malacitanos;
ni venturosas ni aciagas,
apenas recuerdo más tramos.
La turbación me embriaga.
Poca más memoria desgrano.
Un pueblo en sierra vagando,
atalaya, iglesia, una calleja...
Sacramental allí colgando,
el cura, un guardia, una vieja,
mi inocencia por allá errando,
pero lánguidamente se aleja.
Escuela, una señora con copete,
infantes que juegan al escondite,
un patio, un aula gris, un retrete...
Ya para nada aquello transmite;
allí dejé mis primeros gallardetes.
Que por la eternidad allá dormiten.
Un cuartel, una fuente, un carril;
niñas que jugaban a las casitas,
señoras esposas de guardia civil;
flores en un patio ya marchitas,
un sainete, ¿o quizás un vodevil?
Mi memoria quedó allí escrita.
Poco más consigo recordar:
una maestra que daba cachetes
y que te obligaba a estudiar.
Los ricos y sabrosos molletes
que me daban para desayunar;
así se me pusieron los mofletes.
Y los deliciosos tejeringos
¡Qué ricos y buenos de mojar!
Café con leche los domingos:
eran un anhelado manjar
propio de los señoritingos,
y de los pobres codiciar.
Allí se acabaron mis cinco años,
y en la nada quedó mi presencia.
Aquella fuentecilla y un caño
que no lloraron mi ausencia.
Mi padre dejó allí sus redaños
y de militar toda su esencia.
Recuerdos de la infancia.
Traen nostalgias agridulces,
aunque corta fue la estancia
perpetuarlos no me seducen.
Fueron años de privanzas
que en mi cielo se traslucen.
Volví otra vez a ese destello.
¡Qué diferente y que pequeño!
si otrora me quito el resuello,
hoy no me perturba el sueño.
Pasa por arriba de mi cuello
lo que ayer fue un domeño.
¡Adiós Casabermeja, adiós!
Ahí te quedas, en la Serranía,
nunca más retrocederé a vos.
Te veo ahora, en la lejanía,
y solamente le pido a Dios
que seas feliz en tu romería.
No hay recelo en mis versos,
son simplemente tristezas
de aquel tiempo adverso,
que de rigores y asperezas
perdurará en mi inconexo.
¿O quizás sean mis rarezas?
Continuará
Me desprendí de mi placenta;
hoy mi alma en paz transcurre
cerca del valle de los setenta.
Nada me desespera ni aburre,
mi conocimiento se alimenta
de lo que por mi ego discurre.
Mis evocaciones son vagas
por latifundios malacitanos;
ni venturosas ni aciagas,
apenas recuerdo más tramos.
La turbación me embriaga.
Poca más memoria desgrano.
Un pueblo en sierra vagando,
atalaya, iglesia, una calleja...
Sacramental allí colgando,
el cura, un guardia, una vieja,
mi inocencia por allá errando,
pero lánguidamente se aleja.
Escuela, una señora con copete,
infantes que juegan al escondite,
un patio, un aula gris, un retrete...
Ya para nada aquello transmite;
allí dejé mis primeros gallardetes.
Que por la eternidad allá dormiten.
Un cuartel, una fuente, un carril;
niñas que jugaban a las casitas,
señoras esposas de guardia civil;
flores en un patio ya marchitas,
un sainete, ¿o quizás un vodevil?
Mi memoria quedó allí escrita.
Poco más consigo recordar:
una maestra que daba cachetes
y que te obligaba a estudiar.
Los ricos y sabrosos molletes
que me daban para desayunar;
así se me pusieron los mofletes.
Y los deliciosos tejeringos
¡Qué ricos y buenos de mojar!
Café con leche los domingos:
eran un anhelado manjar
propio de los señoritingos,
y de los pobres codiciar.
Allí se acabaron mis cinco años,
y en la nada quedó mi presencia.
Aquella fuentecilla y un caño
que no lloraron mi ausencia.
Mi padre dejó allí sus redaños
y de militar toda su esencia.
Recuerdos de la infancia.
Traen nostalgias agridulces,
aunque corta fue la estancia
perpetuarlos no me seducen.
Fueron años de privanzas
que en mi cielo se traslucen.
Volví otra vez a ese destello.
¡Qué diferente y que pequeño!
si otrora me quito el resuello,
hoy no me perturba el sueño.
Pasa por arriba de mi cuello
lo que ayer fue un domeño.
¡Adiós Casabermeja, adiós!
Ahí te quedas, en la Serranía,
nunca más retrocederé a vos.
Te veo ahora, en la lejanía,
y solamente le pido a Dios
que seas feliz en tu romería.
No hay recelo en mis versos,
son simplemente tristezas
de aquel tiempo adverso,
que de rigores y asperezas
perdurará en mi inconexo.
¿O quizás sean mis rarezas?
Continuará