de los desnudos árboles del bosque,
se cuela en las rendijas del ventano
mientras un calofrío las espaldas recorre.
Una luz cegadora el cristal atraviesa,
corresponde
al brillo fantasmal de una centella
que ilumina los campos y los robles.
Es ya noche cerrada y en la casa,
al amor de la lumbre se conversa
y se cuentan historias de fantasmas
que en la nieve dejaron leves huellas
y en las almas profunda desazón,
como de cosas muertas.
En un rincón, muy cerca de la lumbre,
la abuela, con un gato en su regazo,
dormita dulcemente,
por dentro está pensando:
¿qué me van a contar de los fantasmas,
si todos son devotos del pasado?
Me abstraigo contemplando las figuras
que el fuego del hogar teje y conforma:
demonios, brujas, trasgos y dragones,
que lanzan por sus bocas
rojas lenguas de un fuego abrasador
que avivan mi rostro y mi memoria.
Y busco entre las llamas mis demonios,
mas otros son los fuegos que abrasan mis entrañas,
son otros los fantasmas que habitan en mi mente...