excepcional relato...
Recostado en la roca, sobre el acantilado,
cubierto de un capote de sueños y añoranzas,
un viejo marinero soporta estóicamente
las lluvias que, tenaces, descargan sus recuerdos.
La pipa entre los dientes, ha tiempo se apagó,
lo mismo que las fuerzas de sus callosas manos,
mordidas por las sirgas de velas y de redes
luchando con los vientos, las olas, las capturas.
Su rostro está curtido por soles inclementes,
surcado por canales, como el fondo del mar;
sus ojillos azules, color aguamarina,
otean horizontes velados por la niebla.
Es su cuerpo pequeño, arrebujado, enjuto,
apenas un rescoldo del fuego que mantuvo,
menguado por los años y las duras faenas,
casi no se distingue confundido en las rocas.
Por su cabeza cruzan recuerdos de borrascas,
de fuegos de San Telmo, de luchas con la muerte,
de una vida de soles, de vientos y de sales,
que forman un carácter adusto y solitario.
Como aquel pez enorme que luchó por su vida,
se escurren las vivencias en su mente cansada
y vuelan como el viento, a perderse en la mar
y con la mar se funden en apretado abrazo.
Entonces se apercibe de que azules sirenas,
con sus cantos de espumas le invitan al harén;
y el propio Poseidón, desde el fondo marino,
requiere su presencia junto al trono de nácar.
El viejo marinero, se arranca de las rocas
y vuela con el viento al regazo de ondinas,
las cuales, jubilosas, lo reciben, lo abrazan
y diluyen su esencia con la esencia del mar.
Desde entonces se cuenta que en mares tenebrosos,
una mano conduce pesqueros a buen puerto;
una mano callosa, mordida por las sirgas,
pero enérgica y firme en lucha con la mar.