El fin de la tarde en el Jardin de Cera
Publicado: Lun Jun 15, 2009 20:59
Hay un grupo de señoras y señores: Don Rodolfo, Don Juan, Doña Valentina, Don José, Doña Celestina.
Estos señores se pasan las tardes clásicas de decoro, en tiempos avanzados y mojados por olas de surrealismo amargo –aunque el condimento que se le echa sea dulce-.
‘’ -¡Sonido de campanilla repicando! ¡Sonido de campanilla repicando!-’’ –No se conoce el nombre de los trabajadores en el pasado-.
- ¡Si, señora! ¿Qué necesita señora?
- Tráigame mas te y más galletas de esas las dulces – ordena Doña Celestina, que es la dueña del Jardín de Cera.
- ¡Sí, señora; enseguida!
La campana andante se marcha presurosa,
Pero se queja por las propinas de fin de semana que recibe -¿Por qué no abandona el trabajo?-.
Hablemos de los señores:
Don Rodolfo, Don Juan y Don José,
Son los hermanos medios y encontrados de hace unos meses de la Doña Valentina,
Que es la prima lejana de Doña Celestina.
La luz intermitente del sol se apaga de apoco.
El te sobrante de las tazas de porcelanas antiguas se enfrían, y ya su gusto es el de agua podrida.
Las ojeras en los ojos de los señores y las señoras,
Se pintan con la luz de una luna triste que conoce su fin.
Y sus ropas parecen aun más desgastadas ahora.
La campana andante ya cesó de sonar,
Y se marcha a su casa, y le sonríe a su esposa que esta cansada por el trabajo en la lavandería,
Y al que tendrá que regresar por la noche –sabe que su hija necesita comer y educarse-.
La campana andante es consciente que siempre sonó en medio de un desperdicio de animales,
Que comen y lamen los huesos de esqueletos de un tiempo que ya paso.
Por fin, la tarde en el Jardín de Cera acaba.
Y los señores y la Doña Valentina se vuelven abatidos hacia sus ranchos solitarios,
Y no pueden huir de los gritos de la noche.
Entonces se desvisten de sus disfraces, y vuelven a sus días.
La Doña Celestina se encuentra sola.
Observa el reloj, y el segundero sigue marchando.
Ella sabe que no se detendrá.
Entonces se queda dormida y abrazada a sus pesadillas.
Estos señores se pasan las tardes clásicas de decoro, en tiempos avanzados y mojados por olas de surrealismo amargo –aunque el condimento que se le echa sea dulce-.
‘’ -¡Sonido de campanilla repicando! ¡Sonido de campanilla repicando!-’’ –No se conoce el nombre de los trabajadores en el pasado-.
- ¡Si, señora! ¿Qué necesita señora?
- Tráigame mas te y más galletas de esas las dulces – ordena Doña Celestina, que es la dueña del Jardín de Cera.
- ¡Sí, señora; enseguida!
La campana andante se marcha presurosa,
Pero se queja por las propinas de fin de semana que recibe -¿Por qué no abandona el trabajo?-.
Hablemos de los señores:
Don Rodolfo, Don Juan y Don José,
Son los hermanos medios y encontrados de hace unos meses de la Doña Valentina,
Que es la prima lejana de Doña Celestina.
La luz intermitente del sol se apaga de apoco.
El te sobrante de las tazas de porcelanas antiguas se enfrían, y ya su gusto es el de agua podrida.
Las ojeras en los ojos de los señores y las señoras,
Se pintan con la luz de una luna triste que conoce su fin.
Y sus ropas parecen aun más desgastadas ahora.
La campana andante ya cesó de sonar,
Y se marcha a su casa, y le sonríe a su esposa que esta cansada por el trabajo en la lavandería,
Y al que tendrá que regresar por la noche –sabe que su hija necesita comer y educarse-.
La campana andante es consciente que siempre sonó en medio de un desperdicio de animales,
Que comen y lamen los huesos de esqueletos de un tiempo que ya paso.
Por fin, la tarde en el Jardín de Cera acaba.
Y los señores y la Doña Valentina se vuelven abatidos hacia sus ranchos solitarios,
Y no pueden huir de los gritos de la noche.
Entonces se desvisten de sus disfraces, y vuelven a sus días.
La Doña Celestina se encuentra sola.
Observa el reloj, y el segundero sigue marchando.
Ella sabe que no se detendrá.
Entonces se queda dormida y abrazada a sus pesadillas.
