
Era tiempo de perderse entre espigas
y soñar con la enredadera más alta.
Ninguno pensaba en túneles de metal
ni en negras pesadillas atadas al pecho.
Todo era beber a grandes sorbos;
la inconsciencia no calmaba la sed
ni obstruía el paso a luciérnagas
que leves posaban su aliento de malva.
El día se acomodaba a nuestro paso
y calzaba nuestros pies con nubes
suavecitas, y tú repetías el sol
en cada uno de tus múltiples gestos.
Cristalizando la emoción, se hizo añicos
y hoy mis manos todavía sangran.
PILAR. E