en medio de la calle,
ante el autismo de la gente, ajena,
con la mano tendida y de rodillas
gimiendo está un mendigo.
Su cabeza está gacha, ensimismado,
por no escupir a nadie su vergüenza,
su mente está volando,
cual palomo buscando su nidal,
desesperadamente.
La gente le rehuye, sigue andando,
ignoran que detrás de esa figura
hubo algún día fe,
hubo esperanzas, sueños e ilusiones,
y ganas de vivir.
Hasta que la desgracia,
en tiempos ya olvidados,
por causas ya enterradas,
destruyó aquel castillo inexpugnable
que había construido en derredor.
De pronto,
el rostro del mendigo se ilumina:
un niño deposita una moneda
en su mugrienta mano, y al dejarla,
le ha rozado los dedos.
Ha sido como un beso
que en el pobre dispara las alertas:
Sonríe y da las gracias;
con un gesto orgulloso se incorpora,
se pone en pie y se pierde entre la gente...
Félix Gala.