Nací el veintitrés de Octubre
del mil novecientos cuarenta.
Mamé de una excelente ubre,
y a pesar de una guerra cruenta
y de una corriente insalubre,
nada me deshonra ni me afrenta.
Málaga me prestó su cuna.
En Casabermeja me crié
entre chumberas y aceitunas.
Me instruí y me despabilé,
y con suficiente premura
estudiaba y aprendía el abecé.
No tengo un recuerdo hostil
de aquel municipio serrano;
la trocha que decían el carril,
papás y mis dos hermanos,
el cuartel de la Guardia Civil,
y un aire fresco y muy sano.
Años de mi infancia
que pronto volaron.
Años de intolerancia
que en mi resignaron.
Huellas de la jactancia
de los que triunfaron.
Hoy aquí me encuentro
tranquilo, sin histeria,
en un buen momento
para contar mi historia.
No pido emolumentos
ni aspiro a la gloria.
Deseo que mis sucesores
sepan de sus orígenes,
el hálito de sus albores,
y la sangre de sus genes.
Que sean ellos los cantores
de éstos, mis parabienes.
Y si sacan conclusiones
de estas reminiscencias,
tendrán mayores razones
para obtener más sapiencia
y mejores consideraciones.
Ya que la vejez es ciencia.
De mi madre.
Sangre de las Vascongadas
arribando en Andalucía.
Dama serena, druida y hada;
mujer que con amor me paría
en aquella, su dulce morada,
con inmenso amor, con alegría.
Vasca de nacimiento, sangre pura;
madre que llevó en sus entrañas
a ésta traviesa y rebelde criatura
de instintos e inauditas marañas.
No le di ternura ni algo de dulzura;
mi alma, más que nunca te extraña.
Te quise con locura en mi rebeldía
en los años que me sufriste,
era muy joven, no sabía lo que hacía.
Pero quedé triste, muy triste
cuando vi que poco a poco te perdía.
Tu recuerdo más que nunca persiste.
Veo tu retrato con fe infinita.
Heredar tu ternura y paciencia
el mejor don para mi alma contrita;
pero no tuve la necesaria sapiencia
para entender tus consejos y citas.
No fue mi virtud la abstinencia.
Si existe el cielo, allí moras,
entre ángeles y serafines
que te besan y te adoran.
En tu nombre me eximen,
mis sentimientos afloran,
y mis lágrimas me redimen.
Lástima no pudieras conocer
a la mujer que me hace feliz.
Fue madre, mi gran acontecer,
quien a mi vida dio ese matiz
y los reflejos de mi atardecer;
la que me pasó por su tamiz.
Madre: puedes estar serenada,
otra mujer, tu amor ha suplido:
la que habita en mi almohada,
es dichosa y muy feliz conmigo
no le han sido nada mal dadas,
se siente muy segura en el nido.
De mi padre.
Villa del Prado le vio nacer
a final de siglo diecinueve;
varón que hizo estremecer
en días de lluvia y de nieve
desde la noche al amanecer
a lo que a su alma se rebele.
Su principal divisa era el honor,
y por ese ejemplo vivió y luchó.
Hidalguía, nobleza y pundonor
fue el código que su alma vigiló
con celo, honradez y sin temor.
De otros manantiales no bebió.
Era el espíritu de Ahumada;
aquella bandera tan sagrada
que a orgullo y gala lo llevaba,
sin saber que otros lloraban
lo que a Él de fe le llenaba,
y de lo que se vanagloriaba.
Grandes servicios prestó
por los campos de España.
Nada ni nadie le espantó,
y si tuvo que “dar caña”,
fue al que la ley soliviantó;
pero nunca lo hizo con saña.
Paladín de cusas enfebrecidas
por los labranzas, cual Quijote;
aunque “su lanza fuera torcida”
y para el rebelde fue el azote,
otras almas fueron agradecidas
por aquel, cual apegado virote. *
Fiel devoto de sus umbrales,
no dio pábulo a otras razones
que en su mente eran banales.
No entró en otros corazones
ni en insondables lagrimales
que no divisaron sus nociones.
*Virote: hombre erguido y demasiadamente serio y quijote