encarnadas de energía que salvan la melancolía
de añejas heridas.
Hora que despierta la marea con las palmas abiertas,
hasta sumergir el galope del corcel
y detener la huida.
Velo ávido sanador de espada que mueven auroras
fecundas, colmado de sudor tibio en crisol trasparente
fermentado de sol.
Todo llega del mar, la mixtura, el soplo aromático
de arcoíris recién nacido.
Señora azulada, tu que estiras los brazos…
Ven conmigo, ¡sabes que estoy aquí! Llévame
contigo, átame a la brisa sobre la espina del pez,
libre…..bajo el ala de la gaviota.
Y ella me dijo, escucha centinela, busca y anhela
el sosiego; la nave llega a puerto…
y yo sentí el tiemble de aquel cansancio
de la vela, que no se somete a la ventisca
en la última hora de la tormenta.
Sin embargo las pupilas se llenan de agujas;
siempre se muere un poco con el recuerdo varado
en un grano de arena, en un suspiro, en una sola
huella dilatada, distraída en la ola que llega y se va.
Camino en la soledad del mar, endureciendo espejismo
en cada paso de brisa salada.
Hay sed y nada toca mi piel,
hay agua curada y todo es vida.
Hoy me quedo con la danza armoniosa y lenta del mar;
con todo el océano en mis manos.
Con todo el aliento que alcance a llegar
a la otra orilla.
COCO PRIEGO @