PREÁMBULO DE UN BESO
Publicado: Lun May 13, 2013 10:31
... Una cicatriz en la memoria.
Quiero el último beso,
que las venas se hinchan amoratadas,
como si en los labios entrase el rigor mortis.
Serán mis carnes, carne del estudio,
con cinceles y navajas moldeando la nervadura interrumpida.
De las manos más suaves se colmarán las frentes
de moribundos ojos dopados
siguiendo al cuerpo joven y cruento de una enfermera frívola.
La luz padece en silencio como muerta, estática,
clavada en el reloj maldito
que a pasivos vuelve psicóticos.
Es delicia entre pesares,
las mujeres que devuelven la vida
nutriendo las venas torrentosas
y la morfina haciéndome híbrido
entre el arsenal y la camilla.
Parece hervir densa la sangre
subiendo al cerebro cansado; entonces,
los ojos que se pierden en los ojos,
que miran como la vida se queda
pegada a la piel en un parche.
Quiero el último beso,
que las venas se hinchan del placer
de sentir al cuerpo aún caliente
y la náusea hurgando el estómago
como sondas cruzando la humanidad enferma;
con el suero en las mangueras como riendas del carro
que nos traerá de vuelta desde la sangre
que se nos arranca inevitable,
anestésica por debilidad
y ahí los pies que se van por los helados pasillos
intentando saber a quien llevan consigo.
Otra vez la suave mano,
diluyendo el delirio y las agujas que destilan por la frente;
que caen de la bandeja inoxidable
al sollozo de unas ampollas vacías
y los vendajes manchados en el cuerpo
marcado por la desgracia;
lo nocivo de pretender a la luz adherida al vidrio
y los pasos en el aire,
flotando en el aliento de hospitales.
Quiero el último beso,
que las venas se hinchan iracundas
pretendiendo eludir la cisura;
la crudeza en la dermis como párpados rojos
que lloran otras lágrimas,
cuyo interior guardará cautiva la memoria sangrienta
y serán sus pestañas
el hilo que los cegará para siempre.

Quiero el último beso,
que las venas se hinchan amoratadas,
como si en los labios entrase el rigor mortis.
Serán mis carnes, carne del estudio,
con cinceles y navajas moldeando la nervadura interrumpida.
De las manos más suaves se colmarán las frentes
de moribundos ojos dopados
siguiendo al cuerpo joven y cruento de una enfermera frívola.
La luz padece en silencio como muerta, estática,
clavada en el reloj maldito
que a pasivos vuelve psicóticos.
Es delicia entre pesares,
las mujeres que devuelven la vida
nutriendo las venas torrentosas
y la morfina haciéndome híbrido
entre el arsenal y la camilla.
Parece hervir densa la sangre
subiendo al cerebro cansado; entonces,
los ojos que se pierden en los ojos,
que miran como la vida se queda
pegada a la piel en un parche.
Quiero el último beso,
que las venas se hinchan del placer
de sentir al cuerpo aún caliente
y la náusea hurgando el estómago
como sondas cruzando la humanidad enferma;
con el suero en las mangueras como riendas del carro
que nos traerá de vuelta desde la sangre
que se nos arranca inevitable,
anestésica por debilidad
y ahí los pies que se van por los helados pasillos
intentando saber a quien llevan consigo.
Otra vez la suave mano,
diluyendo el delirio y las agujas que destilan por la frente;
que caen de la bandeja inoxidable
al sollozo de unas ampollas vacías
y los vendajes manchados en el cuerpo
marcado por la desgracia;
lo nocivo de pretender a la luz adherida al vidrio
y los pasos en el aire,
flotando en el aliento de hospitales.
Quiero el último beso,
que las venas se hinchan iracundas
pretendiendo eludir la cisura;
la crudeza en la dermis como párpados rojos
que lloran otras lágrimas,
cuyo interior guardará cautiva la memoria sangrienta
y serán sus pestañas
el hilo que los cegará para siempre.
