En el eco de tus ojos
Publicado: Jue Oct 24, 2013 16:03
Desolada la pared, la lengua;
seco ese árbol –mi inmensa maraña
de rotos nervios, cardos y arterias-.
La verdad, conduce a un precipicio,
el engaño es cima de la fe,
el amor la más roja mentira
donde se es nada ¡nada se ve!
en su inocente tan dulce agua
nada el alacrán con la medusa.
Solo y lento me ahogo despierto
con brazos y parpados abiertos.
Miro sin ojos un infinito...
¡He quebrado el lago de un espejo!
-sólo estallido del eco angustiado,
maldecido, pálido reflejo,
del aplastante cuerpo que habito-.
Qué otra forma de expulsar el alma
sino es de pronto, duro y de frente,
con el beso de la tinta en la hoja,
azuzando el pulso de la pluma;
arrojando lejos de mi sangre,
desde el acantilado de huesos,
la dura ternura de tu rostro,
el brillo encendido de tus labios,
la tibia neblina de tu espectro,
para arrojarme tras de ellos
y rescatarles del Leteo.
En el eco negro de tus ojos
mi alma se mira, me pierdo y veo
como te abrazo en el abandono.
Sangre fluye, duele y enrojece,
un algo entre sombras reverdece
pero, siempre, nada entre nosotros.
Salvarte, besar y suicidarme
todas las noches, todos los días,
así vivo y sueño mientras muero.
Te llevo sentenciada a la piel
¡mi estigma!- tormento más horrible
que la continua gota del tiempo-
amar la luna no por la luz
sino por su sombra y por la duda;
acariciando ruinas del cielo,
esperanza azul que yace muda.
Desde el lote baldío de Dios
ya sólo umbrosas nubes me hablan
y labios muertos, que al otro lado
de aquel viejo espejo traspasado,
después de pronunciarte se callan.
Aún, abrazado del silencio,
todo enamorado me estremezco
con el puro eco de tus ojos
que, como un insaciable secreto,
sigue punzando dentro del pecho.
Iván Ortega
seco ese árbol –mi inmensa maraña
de rotos nervios, cardos y arterias-.
La verdad, conduce a un precipicio,
el engaño es cima de la fe,
el amor la más roja mentira
donde se es nada ¡nada se ve!
en su inocente tan dulce agua
nada el alacrán con la medusa.
Solo y lento me ahogo despierto
con brazos y parpados abiertos.
Miro sin ojos un infinito...
¡He quebrado el lago de un espejo!
-sólo estallido del eco angustiado,
maldecido, pálido reflejo,
del aplastante cuerpo que habito-.
Qué otra forma de expulsar el alma
sino es de pronto, duro y de frente,
con el beso de la tinta en la hoja,
azuzando el pulso de la pluma;
arrojando lejos de mi sangre,
desde el acantilado de huesos,
la dura ternura de tu rostro,
el brillo encendido de tus labios,
la tibia neblina de tu espectro,
para arrojarme tras de ellos
y rescatarles del Leteo.
En el eco negro de tus ojos
mi alma se mira, me pierdo y veo
como te abrazo en el abandono.
Sangre fluye, duele y enrojece,
un algo entre sombras reverdece
pero, siempre, nada entre nosotros.
Salvarte, besar y suicidarme
todas las noches, todos los días,
así vivo y sueño mientras muero.
Te llevo sentenciada a la piel
¡mi estigma!- tormento más horrible
que la continua gota del tiempo-
amar la luna no por la luz
sino por su sombra y por la duda;
acariciando ruinas del cielo,
esperanza azul que yace muda.
Desde el lote baldío de Dios
ya sólo umbrosas nubes me hablan
y labios muertos, que al otro lado
de aquel viejo espejo traspasado,
después de pronunciarte se callan.
Aún, abrazado del silencio,
todo enamorado me estremezco
con el puro eco de tus ojos
que, como un insaciable secreto,
sigue punzando dentro del pecho.
Iván Ortega