por Ramon Carela
El tren solo hizo escala
por un breve momento
en la estación del tiempo
de mi dorada vida.
Con su lujoso vientre
sin asientos ni espacio
para darle guarida
a un día en su ocaso
como a mi atardecer.
Puede ser que iba lleno
o tal vez reservado
a los de menos tiempo
y mejor refinados.
de posturas joviales
y a la vista anhelados.
Es mucho mi equipaje
y ya corto el trayecto,
con un montón de historias
todavía por contar,
todas de aguas lejanas,
con manadas de duendes
que pueden asustar.
Se ven luces de adornos
y mucha algarabía
que se lanzan a fuera
sin piedad desmedida,
y sufro el no ser parte
de la alegría infinita
que del tren se proyecta
sin importar mi vida.
Me inundo de tristeza
cuando al espejo miro
y no veo al que siento
residiendo en mi mismo,
el que teje canciones
con júbilos de niños
y le brotan poemas
cargados de optimismo.
El que sueña con trenes
de brillar muy lujosos
suplidos de energías
para viajes gozosos,
y comprendo el por qué
si tanto yo lo ansiaba
de mi estación partiera
sin explicarme nada.