

Bajo el brillo de la luna
el caballero temblaba.
La nieve había cubierto
el campo de esa batalla.


Quejumbrosa su armadura
de sangre y pena mezclada
en el hastío sentía
que la muerte se acercaba.


Todo lo que fue tormento
en el silencio quedaba
solamente con el viento
los susurros despertaban.


Ni la corona de un Rey
el dolor le arrebataba
porque entendía que ahí
su suerte ya estaba echada.


Un pañuelo con historia
en sus manos apretaba
y en los ojos del recuerdo
su agonía era calmada.


Más la carroza de fuego
se detuvo en su morada
para cargar con el muerto
pero sin cortar sus alas.


Y regresó por los campos,
acariciando el dorado
de las espigas de trigo
que su padre había sembrado.

