
protegen tu mirada,
nunca la exteriorizan.
Cuando mis dedos se acercan a tu pubis,
se vuelven tímidos,
hay calambres en su voz, que pregona lascivia.
El deseo se hace más notorio,
en las raíces de mi garganta, allá donde estén,
quizá para ellas no exista la intemperie,
o las cuencas de la noche aumenten su cuerpo, enterrado en el verso.
Qué decir de lo que no se ve a través de la luna,
de los destellos, o incluso del destino.
Son desiertos mis gritos, pero la soledad los une.
De esta forma se dilatan tus ojos.
He congregado un sueño para reconstruirlo.
Al principio eran las estrellas, las que poblaban su estructura.
Pero ahora columnas y pilares, techo y tabiques, me hablan,
porque las utopías son las mismas de siempre.
Por más fisuras que formen el deseo, la carne siempre encuentra una salida.
Cuando hablo de ti, me invento una pasión, y un frenesí
que no caben en sí, sobrenaturales.
No soy capaz de imaginar algo distinto de lo que no conozco.
Luego, la imagen de tu silueta es simétrica a mis quimeras rotas.
Una prohibición nacida de mi creatividad.
Y es que no creo en la geometría, el tiempo o el espacio.
Creo en la escasa sensación del cambio.
Puedo sentir solamente cómo respiran los relojes.