
se mueren las sombras junto al cristal,
un ruiseñor altera la quietud,
y en su canto nos deja gratitud.
El río lleva en su cauce ojival
la nota agreste de su celo infernal
corroe laderas, deja inquietud,
y muere en la playa sin actitud.
El ruiseñor sobrevuela aquel río
y deja en su lecho las esperanzas
que otrora tuviera un delta apacible.
El torrente audáz, airado, bravío
recupera su sonora templanza,
que emerge, desde su afluente invencible.
Verónica ©
26.11.10
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