- Mi canto es el intento
fallido de un milagro,
suspendido en un aire
de verdiazules prados.
Mi canto no es de Guinness
pero invoca su espacio,
íntimo, universal.
Como la alondra, canto
para acercar caminos,
sin pedir nada a cambio,
que siga siendo gratis
soñar de vez en cuando.
Brota de unos ancestros,
con un sabor a barro,
como hijo de una tierra
paridora de amargos
atardeceres grises
en trigales dorados.
En este mar de mieses
mi canto es solo un grano
diminuto que busca
otros cantos hermanos,
alimento y semilla
de pan caliente y blanco.
Mi canto es una senda
de flores y de cardos
que no impone peajes
ni servidumbres. Canto
porque cantar me ayuda
a mantener a salvo
el grado de locura
que sea necesario.
Mi canto es como un arma
-no sé quién la ha cargado-
de dolor y alegrías,
de intentos y fracasos.
Ha de estallar un día
y conjurar espantos
en racimos de bocas
y frutos sazonados.
Hoy lo siento en mi pecho
-desnudo, desgarrado,
marcado con dianas
de láser- y en mis manos
-abiertas, blancas, vivas-,
delante del blindado
que exhibe la sonrisa
de hierro del tirano.
Y son tantos los tanques...
Y faltan tantas manos...
Empiezo a tener miedo
de que este canto mágico
se convierta en colmillo,
escondido en los labios
junto a dientes de acero,
de un pueblo derramado.
Y a veces me estremece
un enjambre de manos
que lanza un ¡Nunca más!
y me deja dudando:
¡Habrá cargado el arma
el mismísimo diablo,
inyectando un Non serviam! (*)
en las venas del canto?
Y contesta ¡Ojalá!
un eco ilusionado.
Reyes.
(*) Literalmente ¡No te serviré!. Es el grito de guerra de los ángeles rebeldes, según la tradición cristiana.