Cuando estás bien muerto, ya estás difunto.
Cuando no hay llanto o risa, no hay ya vida.
Cuando se haya roto al reloj su pulso,
tírame en el tacho de la letrina,
déjame allí quedar por una luna,
y solo entonces lánzame ya al gato,
que rechaza mi bazo o mi bocado,
y prefiere comerme la ternura.
Que así me quede aún algo contigo,
sobre tus hombros, pelvis y rodillas.
Así soy, porque soy la que ha vivido…
Cual gato del café de los artistas.
Y si se acaba el pan, no habrá problemas,
yo estaré allí contigo y no lo dudes.
Me romperé las patas y mis venas,
que luego me devora el gato ilustre.
No será la vez primera que admitas
que nos habremos comido un artista.
