La Fè de un Agnòstico
Publicado: Jue Feb 28, 2008 16:00
LA FE DE UN AGNÓSTICO
Hacia años que una pertinaz sequía asolaba una parte del país. La tierra estaba agrietada, los caminos polvorientos y el gran pantano, que se había construido para solucionar definitivamente el problema del agua, era en aquel tiempo un lodazal en el que crecían algunas plantas raquíticas. El gobierno autonómico había decretado la alerta roja en la zona y se había visto obligado a abastecer a la población con camiones cisternas. Los agricultores hacía tiempo que habían desistido de sembrar y el fantasma de la hambruna recorría la región.
Cuando el párroco del pueblo, un curita joven que había colgado respetuosamente la sotana sustituyéndola por una camiseta y unos vaqueros, recibió la comunicación del arzobispo ordenándole que organizara rogativas y una procesión con la patrona para pedir la lluvia, un rictus de escepticismo se dibujó en su rostro. Sin embargo convocó a los fieles para hacer las oraciones prescritas.
Todos -incluidos los cuatro rojos y los dos agnósticos del pueblo- se reunieron en la ermita de la Virgen para impetrar del cielo el líquido elemento. Al terminar la ceremonia religiosa -realizada con dignidad y profusión de cantos populares- el sacerdote advirtió a la población:
-Estoy oliendo a tierra mojada. No os acostéis sin cerrar bien los postigos, recoger la ropa tendida y asegurar los sótanos. Es prudente que los responsables controlen los aliviaderos del pantano. Podéis ir en paz.
Los fieles intercambiaron miradas escépticas, entrecruzaron sonrisas y llenaron el templo con toda suerte de sardónicos comentarios. Al salir comprobaron que el cielo era de un azul radiante y el sol una bola de fuego abrasador.
-Mirad -dijo uno de los agnósticos-. Allá en el horizonte hay una nubecilla como una almendra.
-Estos no respetan nada -rezongó doña Concha, que había sido la última presidenta de la extinta Cofradía del Santísimo Sacramento-. Si no creen en nada no sé por qué vienen a estos sitios.
Sólo los cuatro rojos y los dos agnósticos pusieron en práctica los consejos del señor cura. Doña Concha y todos los demás se pasaron el día siguiente achicando agua o abriendo los aliviaderos de un pantano a punto de reventar.
Cuentan los Hechos de los Apóstoles que cuando Herodes encarceló a Pedro la Iglesia rogaba fervientemente por su liberación. Cuando el apóstol, excarcelado por el ángel, se presentó donde estaban sus compañeros, éstos se quedaron atónitos: no se podían creer que Dios hubiera escuchado su súplica... La falta de fe en la eficacia de la oración parece tan vieja como el cristianismo.
Dice Jesús: «Todo lo que pidáis en oración lo obtendréis si tenéis fe en que vais a recibirlo».
Mc 11, 24
Hacia años que una pertinaz sequía asolaba una parte del país. La tierra estaba agrietada, los caminos polvorientos y el gran pantano, que se había construido para solucionar definitivamente el problema del agua, era en aquel tiempo un lodazal en el que crecían algunas plantas raquíticas. El gobierno autonómico había decretado la alerta roja en la zona y se había visto obligado a abastecer a la población con camiones cisternas. Los agricultores hacía tiempo que habían desistido de sembrar y el fantasma de la hambruna recorría la región.
Cuando el párroco del pueblo, un curita joven que había colgado respetuosamente la sotana sustituyéndola por una camiseta y unos vaqueros, recibió la comunicación del arzobispo ordenándole que organizara rogativas y una procesión con la patrona para pedir la lluvia, un rictus de escepticismo se dibujó en su rostro. Sin embargo convocó a los fieles para hacer las oraciones prescritas.
Todos -incluidos los cuatro rojos y los dos agnósticos del pueblo- se reunieron en la ermita de la Virgen para impetrar del cielo el líquido elemento. Al terminar la ceremonia religiosa -realizada con dignidad y profusión de cantos populares- el sacerdote advirtió a la población:
-Estoy oliendo a tierra mojada. No os acostéis sin cerrar bien los postigos, recoger la ropa tendida y asegurar los sótanos. Es prudente que los responsables controlen los aliviaderos del pantano. Podéis ir en paz.
Los fieles intercambiaron miradas escépticas, entrecruzaron sonrisas y llenaron el templo con toda suerte de sardónicos comentarios. Al salir comprobaron que el cielo era de un azul radiante y el sol una bola de fuego abrasador.
-Mirad -dijo uno de los agnósticos-. Allá en el horizonte hay una nubecilla como una almendra.
-Estos no respetan nada -rezongó doña Concha, que había sido la última presidenta de la extinta Cofradía del Santísimo Sacramento-. Si no creen en nada no sé por qué vienen a estos sitios.
Sólo los cuatro rojos y los dos agnósticos pusieron en práctica los consejos del señor cura. Doña Concha y todos los demás se pasaron el día siguiente achicando agua o abriendo los aliviaderos de un pantano a punto de reventar.
Cuentan los Hechos de los Apóstoles que cuando Herodes encarceló a Pedro la Iglesia rogaba fervientemente por su liberación. Cuando el apóstol, excarcelado por el ángel, se presentó donde estaban sus compañeros, éstos se quedaron atónitos: no se podían creer que Dios hubiera escuchado su súplica... La falta de fe en la eficacia de la oración parece tan vieja como el cristianismo.
Dice Jesús: «Todo lo que pidáis en oración lo obtendréis si tenéis fe en que vais a recibirlo».
Mc 11, 24
