René Filkenstein

Inspiraciones, cartas, cuentos, narrativas, reflexiones y escritos de su autoría.

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victordetassis
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René Filkenstein

Mensaje por victordetassis » Lun Abr 23, 2012 04:12

Era un sábado solitario que forzosamente se le desprendía al tiempo.
En las sienes de René cruzaban muchas ideas adversas que rasgaban y lastimaban
su psique y su integridad de hombre.
El sábado continuaba triste, pusilánime y ahogado en su profunda soledad.
René estaba por otro lado, viviendo, en ese preciso momento en que el sábado gemía en su frenesí, la tensión arterial y espiritual que padecen los neurópatas.
Su vida se había convertido en un caos interno y su alma contrariada sufría enormemente.
René contaba con cuarenta y nueve años y no tenía ni en qué caerse muerto, ( contrariado el poderío de su linaje explayado por los contornos estadounidenses y por todo el mundo), excepto el pergamino judeano que lo acreditaba como un excelente psiquiatra de primer orden.
La realidad de su escasez económica era devastadora y menguaba sus energías espirituales hasta el punto de sumirlo en su tormento.
Agarró y apretó, con sus delicadas manos, un botellón gigantesco lleno de Brandy francés y brindó por su desgracia de monigote arruinado.
Le llegó a su memoria su mayor agravante: el genocidio judío perpetrado por Hitler y sus huestes.
El recuerdo inefable de los asesinatos a sangre fría de toda su familia en el holocausto- sus dos padres, sus tres hermanos y sus dos hermanitas menores-, sacudía intensamente su constitución humana.
El fue el único que pudo escapar del dramático escenario ensangrentado, emigrando a Estados Unidos de América, por lo que lo daban por muerto en el montón de cadáveres.
Seis millones de judíos, incluyendo toda su familia, sus primos, sobrinos, las mujeres de sus primos, y todo ser humano cercano a su casa fueron asesinados, aniquilados, degollados, incinerados y asfixiados en cámaras de gases tóxicos carentes de oxígenos.
Todo eso constituía una recarga muy pesada para el espíritu y la mente enclenque de René Filkenstein.
Habían transcurrido casi cuatro décadas después de René haber vivido esta conmovedora tragedia, donde exterminaban a los judíos como ratas inmundas o cucarachas endemoniadas o impostores impudentes con semblantes de corderos inocentes.
Todo esto parecía un castigo severo de Dios a esta raza humana de Judea. Los hebreos, o israelíes habían crucificado al hijo de Dios omnisciente Jesucristo, aproximadamente dos milenios atrás. Este infrahumano exterminio judío por parte del Führer, se vislumbraba como un castigo merecido a la ira de Dios contra este grupo étnico, " contra la nación escogida". Sin embargo, no podía ser, debido a que el Führer, era un ser despótico, empedernido, perverso, maleficiente, escéptico, malévolo, sádico, draconiano y sobre todo antisemita; mientras que Jesucristo era lo inverso: misericordioso, compasivo, bondadoso, príncipe supremo de la fuerza del amor en la tierra y en el cielo, hijo unigénito del Dios Padre, del Dios vivo, y el sentido de la salvación de las almas. Por tales razones, perdonó a sus crucificadores y los salvo como salvó a todo humano sobre la faz de la tierra y bajo la faz del planeta Tierra. Precisamente por la absorbencia o indulgencia de pecados por parte de Jesucristo, su bondad y misericordia, Dios pudo, mediante la sangre derramada de su hijo, salvar de nuevo y desprender de las garras ponzoñosas del nazismo a la gente que había acusado de blasfemo al Mesías, y la que más odiaba Hitler: los judíos.
El sábado parecía interminable. El nerviosismo de René aumentaba paulatinamente.
Los latidos taciturnos de su corazón extasiado y hecho añicos difundían en él una animadversión colérica, aunque impotente e inofensiva, contra sus adversarios históricos.
In promptu, su estado depresivo lo arrastró al sendero del suicidio. Soltó de un golpe el botellón gigantesco de Brandy francés y empapó el piso de alcohol de primera, y el piso se embriagó con el peso de los recuerdos, de las animadversiones.
En su realidad sindineritis y de resentimientos, René optó por suicidarse. De repente, empuño una pistola calibre nueve milímetros, color plateado, y se la llevó a la sien derecha, con su mano, también derecha. En su estado depresivo y desolado: " Te llegó la hora del final, amigo", se dijo, y, mientras se disponía a apretar el gatillo de su pistola, ocurrió la teofanía inesperada, y una voz angelical gritó musitarmente: " vas a llevar las buenas nuevas de Jesucristo, el hijo de Dios, a tu gente y a todo necesitado". Rápidamente, René, al mirar al serafín enviado por Dios para socorrerlo solemnemente, lanzó la pistola hacia cualquier parte y dobló sus rodillas y se echó al suelo a llorar abrumadoramente. Entre gemidos, quedó estupefacto, atónito, maravillado, entusiasmado y ensimismado ante tal acontecimiento...,
Dejó América y se fue a Europa a cumplir su misión...
Pasó el tiempo y René ya tenía noventa y nueve largos años, y a sabiendas de su ansiedad brotaba de él una actitud decrepitosa única y seguía ocupándose de los oficios que Dios le había encomendado, aquel entonces de prueba, mediante el ángel. Era presidente vitalicio ( por decisión de la junta ejecutiva de la casa - templo cristiana El Nazareno).La precitada institución tenía como objetivo primero evangelizar al hombre para convertirlo a la gracia divina de Cristo, y segundo, ayudar a los enfermos mentales y anormales con defectos fisiológicos, psicológicos, y rehabilitarlos sin importar su origen, credo, sexo, color, y nivel socioeconómico. En poco tiempo, El Nazareno, edificado por los judíos, se había convertido en el centro de atracción más grande del mundo. Evangelizaban simultáneamente al cuidado excelente para normales y anormales. Todos los líderes religiosos existentes en el planeta Tierra le dieron el crédito merecido a la organización. Los católicos, los ortodoxos, los protestantes, los musulmanes, los budistas, los brahmanistas, etc...Los visitaron más de una vez los políticos más sobresalientes de América, Europa, y Asia; tanto los conservadores o convencionales o clásicos como los liberales o incorporados o modernos, así como distinguidas personalidades de relevancia en las artes en general y la gente común de las naciones. Todos admiraban y respetaban al fundador de El Nazareno, por su filosofía altruista inigualable en su tiempo. Por la amplitud de sus servicios múltiples, los letrados y no letrados le denominaron un ejemplo inigualable del instrumento verdadero de Dios en la tierra. Por el Nazareno habían desfilado miles de judíos de la misma época catastrófica en que René había perdido a toda su familia y amigos, con traumas severos, producto de las traumatizantes escenas sangrientas y pavorosas que habían vivido en el holocausto. Miles de veteranos de guerra americanos con impedimentos físicos habían transitado por el centro de salud de la entidad. Miles de asiáticos con deformaciones fisiológicas y serios desequilibrios mentales, producto de la Guerra de Vietnam, también habían sido atendidos en el edificio de René. Y, como una ironía de la vida, prestó cuidados intensivos a cientos de alemanes con necesidades clínicas de todos los órdenes.
La lista de registrados era inmensa. El Nazareno contaba con más de cinco mil habitaciones profecionales y mil quinientas auxiliares modestas. El templo era el más grande edificado sobre la tierra, más grande que el templo de Salomón, más grande que el de Herodes, y más grande que cualquier otro eigido por su linaje en distintas épocas y con distintos personajes.
El Nazareno, junto a su experimentado equipo de profecionales de la medicina, la teología y técnicos de primera, ofrecía atenciones gratuitas para desarraigar el odio del ser humano contra contra el mismo ser humano, y las enfermedades psicológicas y del alma, asesorados por un hombre excepcional, bañado con sangre de los inocentes degollados por Poncio Pilato y los caídos por Hitler; y lavado con el agua sacratísima y divinísima de los serafines, de Jesucristo y del Dios vivo en la tierra y el el cielo, quien persiste eternamente en que debe existir un convenio de paz entre sus conciudadanos y los Palestinos: el doctor Filkenstein. Este ser humano de accionar acrisolado nunca murió, porque donde habite un hombre de paz ahí habitará el doctor René Filkenstein.

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