RECUERDOS
Publicado: Mié Sep 05, 2012 12:46
Siempre acá sentado, en este casi mítico rincón de la ciudad. Solo, desde que Chupita murió, camino durante el día y la noche, experimentando entre amores y rechazos sentimientos de gracia y culpa.
Es invierno, el frío clava un puñal en mis huesos y de nada sirve el poco abrigo que me queda. Me resguardo un poco tras el viejo ombú de la pequeña plazoleta triangular cerca de la avenida. Me acompañan mis recuerdos y algunos compañeros de la calle de otros barrios. Los miro y recuerdo a mi gran amigo que, años antes del accidente que le costó la vida, fue el único con palabras de consuelo después de que congelaran mis entrañas y de un duro golpe las rompieran para siempre. Nunca hubo de su parte reproche alguno ni reclamo, me lo había advertido y no lo escuché.
Mary, ese era su nombre, era la más linda de toda la ciudad. Chupita y yo la veíamos todos los días caminar con ese gran porte de princesa, con la cabeza bien en alto. Era, lo juro, imposible no ver el menear de su cola cuan se alejaba. Cuanto más la miraba más me enamoraba, deseaba arrancarme el corazón y regalárselo en San Valentín, tenía tiempo y la iba a esperar toda la vida. Chupita me advertía de lo imposible de este loco amor y una mañana de abril la seguí, le hable del amor, de la dulzura de sus ojos y cuanto más hablaba más grande era el tempano entre los dos.
Insistí tanto, que lo vulgar ya le parecía dulce, que lo común ahora era divertido y que yo era lo más parecido al amor. Nos enamoramos tanto que hasta pensamos en huir y empezar de nuevo lejos de la ciudad. Nuestra historia de amor, tan viva, llena de aventuras, con dicotomías y certezas fue inspiración para muchos artistas y hasta le dedicaron una canción.
Como casi siempre o mejor dicho siempre, en este tipo de historias nunca hubo un final feliz y la nuestra obviamente terminó; no porque el amor se haya acabado sino porque aunque pisemos la misma tierra somos de mundos distintos. Su familia se negó rotundamente a que estuviera con un huérfano, con un hijo de la calle como me llamaban. La despedida fue simple, erguido y fuerte le dije que aquí o allá siempre iba a brillar, apoyé mi cabeza sobre la suya y antes que el dolor se convierta en eterno me fui; jamás voy a olvidar esos ojos.
Chupita me recibió cuando llegué y vio a través de mis ojos derrumbarse mi interior.
Lo hijos de la calle, así nos bautizaron. No somos ni malditos ni benditos solamente “somos”.
Con los años aprendí que congelando el corazón nadie te lastima pero indefectiblemente te quedás solo.
Hace pocas semanas supe que Mary vivía sola con sus hijos, que el primero lleva mi nombre y que había vuelto después de su fallido intento por ser feliz con un gran Ingles.
La tarde está en su última etapa, los automóviles parecen apresurarse cada vez que la luna asoma, en pocos minutos la cena aplacará un poco mi apetito. Ah! por cierto, ya no soy un hijo de la calle, tengo un hogar, tres comidas diarias y un lindo espacio cerca de la estufa.
Vivo con Don Cosme, me adoptó después de que Chupita muriera. Son los últimos años de una vida plagada de aventuras y este viejo perro loco los quiere vivir en Paz.
Es invierno, el frío clava un puñal en mis huesos y de nada sirve el poco abrigo que me queda. Me resguardo un poco tras el viejo ombú de la pequeña plazoleta triangular cerca de la avenida. Me acompañan mis recuerdos y algunos compañeros de la calle de otros barrios. Los miro y recuerdo a mi gran amigo que, años antes del accidente que le costó la vida, fue el único con palabras de consuelo después de que congelaran mis entrañas y de un duro golpe las rompieran para siempre. Nunca hubo de su parte reproche alguno ni reclamo, me lo había advertido y no lo escuché.
Mary, ese era su nombre, era la más linda de toda la ciudad. Chupita y yo la veíamos todos los días caminar con ese gran porte de princesa, con la cabeza bien en alto. Era, lo juro, imposible no ver el menear de su cola cuan se alejaba. Cuanto más la miraba más me enamoraba, deseaba arrancarme el corazón y regalárselo en San Valentín, tenía tiempo y la iba a esperar toda la vida. Chupita me advertía de lo imposible de este loco amor y una mañana de abril la seguí, le hable del amor, de la dulzura de sus ojos y cuanto más hablaba más grande era el tempano entre los dos.
Insistí tanto, que lo vulgar ya le parecía dulce, que lo común ahora era divertido y que yo era lo más parecido al amor. Nos enamoramos tanto que hasta pensamos en huir y empezar de nuevo lejos de la ciudad. Nuestra historia de amor, tan viva, llena de aventuras, con dicotomías y certezas fue inspiración para muchos artistas y hasta le dedicaron una canción.
Como casi siempre o mejor dicho siempre, en este tipo de historias nunca hubo un final feliz y la nuestra obviamente terminó; no porque el amor se haya acabado sino porque aunque pisemos la misma tierra somos de mundos distintos. Su familia se negó rotundamente a que estuviera con un huérfano, con un hijo de la calle como me llamaban. La despedida fue simple, erguido y fuerte le dije que aquí o allá siempre iba a brillar, apoyé mi cabeza sobre la suya y antes que el dolor se convierta en eterno me fui; jamás voy a olvidar esos ojos.
Chupita me recibió cuando llegué y vio a través de mis ojos derrumbarse mi interior.
Lo hijos de la calle, así nos bautizaron. No somos ni malditos ni benditos solamente “somos”.
Con los años aprendí que congelando el corazón nadie te lastima pero indefectiblemente te quedás solo.
Hace pocas semanas supe que Mary vivía sola con sus hijos, que el primero lleva mi nombre y que había vuelto después de su fallido intento por ser feliz con un gran Ingles.
La tarde está en su última etapa, los automóviles parecen apresurarse cada vez que la luna asoma, en pocos minutos la cena aplacará un poco mi apetito. Ah! por cierto, ya no soy un hijo de la calle, tengo un hogar, tres comidas diarias y un lindo espacio cerca de la estufa.
Vivo con Don Cosme, me adoptó después de que Chupita muriera. Son los últimos años de una vida plagada de aventuras y este viejo perro loco los quiere vivir en Paz.