"Una amiga valiente"

Inspiraciones, cartas, cuentos, narrativas, reflexiones y escritos de su autoría.

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Ellie Woonlon
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"Una amiga valiente"

Mensaje por Ellie Woonlon » Dom Ene 31, 2021 13:15

-¡Daliaaa!-La llamó Francesca, llegando por el sendero en su bicicleta, vociferando con voz alegre.

-¡¡Fraaan!!-Le gritó su amiga, viéndola llegar desde la ventana de su cuarto, en el primer piso.

-¡Vamos!

-¡Ya bajo!-Le contestó desde lo alto.

Ambas fueron ascendiendo por la colina caminando, avanzando en el mismo camino que las conducía al pie de la montaña, desde la casa de Dalia. Era un sendero de tierra, espacio liberado de la vegetación de los pastizales campestres donde vivían. Fran llevaba a menudo su bici, para viajar hasta la casita de Dalia, y allí llamarla para irse a jugar.

-Los frenos se rompieron, ¿no te queda difícil frenar?-Acotó la niña rubiecita, de rulos risueños, a su amiga que conducía.

-Te enseñaré otro modo que me enseñó mi papá, es divertido ¡Estiras los pies y tocas el suelo con los talones! Mira, así...-Cambió su rumbo, jugando con la bajada de lo que habían recorrido, para enseñarle en la bici.

Francesca, una niña optimista en la mayoría del tiempo, era muy unida a Dalia. Se conocían desde su primer día en la escuelita primaria del poblado más cercano a sus casas, a dos kilómetros del hogar de Francesca, y a medio del de Dalia; el resto de metros, despoblados... Estaban poblados, sí, pero por arboleda, pastizales, y escurridizos animalitos. Dalia a sus doce años intentó atrapar un mapache que le había quitado su collar de plumas, lo lamentó porque era un regalo de Fran en una manualidad de la escuelita. Tampoco se lamentó, en parte, porque su adversario era un mapache.

Una vez en el inicio de la montaña, tratándose de una simpática pradera, que consideraban su segundo hogar, Francesca soltó la bicicleta, luego de que Dalia se bajó del asiento trasero, y corrió hacia la roca inamovible del centro del prado. La escaló, llegó a su cima, y su figura contrastó la montaña que detrás de ella se erguía, Dalia siempre estaba asombrada por las rodillas raspadas de Fran, y de su valentía. En una pose de triunfo, Fran exclamó:

-¡No olvido para olvidar, sino para recordar!-Recitaba un versito de la escuelita.

-¡Fran!¡No, era perdonar!

-¡Eees lo mismoo...! Anda, sube tú también.

-Yo me quedo aquí-Se plantó decidida, Dalia, sentándose en el suelo.

-¡Cobarde!¡No eres una caballera!

-¡Sólo los hombres son cabelleras!

-¡Se dice caballeros!-La corrigió.

-"¡Es lo mismoo...!"-La citó, risueña.

Ambas resonaron una carcajada unísona, y Fran pareciendo resbalarse se sentó, asustando brevemente a Dalia. Se miraron. Y lo entendían, se entendían; ¡cómo compartían la gracia de ambas cuando estaban juntas! Dalia alzó su meñique, desde la comodidad del suelo, diciendo:

-Por siempre.

-Por siempre-Francesca la imitó, extendiendo su brazo hacia ella pero sin alcanzarle desde la roca.

Solían prometerse a menudo que serían amigas por siempre, pactándolo con una promesa de meñique. Como si avivara sus corazones el recordárselo mutuamente... En la escuelita, jugando un juego por equipos, se lo recordaban para no volverse rivales, "por siempre". Al despedirse en algunas ocasiones, se lo decían, "por siempre". Luego de una discusión, y de que se vencieran esos molestos orgullos crecientes, se reconciliaban, "por siempre". El meñique, y su "por siempre" nunca faltaba.

Fran se levantó y bajó de la roca, llevándose una rama para jugar a imaginar que era distintas herramientas. Un día podía ser una varita mágica, y Dalia una duende sirvienta de la bruja; otro, un bastón de anciana, y Dalia la nieta; otro día sería una espada de caballera, y Dalia un dragón huidizo. Dalia se acoplaba a todos los juegos que su amiga inventaba, se divertían mucho. Y las risas no faltaban.

-¡Ven!-Hizo un gesto a la rubiecita de que la siguiera en un momento.

Ese día, Dalia y Francesca corretearon por la pradera, jugando al "las traes", teniendo como "base de inmunidad" la gigantesca roca del simpático prado. Francesca aventajaba a Dalia en fuerza y agilidad; pero a sabiendas de esto, ella elegía quedar como quien las traía, para no aburrirse viendo cómo su amiga se tropezaba o simplemente se cansaba de intentar atraparle. Dalia siempre se quedaba en la roca, la base de inmunidad, esperando a que Fran se alejara para salir corriendo, dar una vuelta a la roca, y volver a su base. 

A veces, Dalia se ponía como meta llegar a darle más de diez vueltas a la roca. Y Fran se hartaba, en algún momento, de que aquella abusara de su ventaja:

-¡Ya, sal, eso es trampa!

-No vale, no vale. Tú estás muy cerca, tramposa.

-¡Mira, me voy!

-A veer.

Fran se apartó caminando hacia atrás, sin darle la espalda a Dalia, ella se decía que no perdería. La competitividad de Fran era demasiada, y lo suficiente astuta como para fingir darle una chance a su amiga de huir, para hacerla salir más rápido de la base. Y Dalia salía corriendo a máxima potencia, riéndose, por burlar a Fran con sus ventajas. Fran no se quedaba atrás, y ni bien aquella salía de su zona segura, se lanzaba a corretearla con fervor. Muchas veces, Francesca se dejaba llevar por su emoción y no sólo alcanzaba a Dalia, sino que también la empujaba al llegar a ella, y aquella caía un tanto lejos, pues era más pequeña y menos fuerte que Fran. Y lloraba la rubiecita, dolida. Doliente en parte por rasparse en el suelo, y en parte por perder el juego.

-¿Por quéé?... Sniff...

-¡Perdón, perdón, me caí!-Se excusaba su amiga, dándole la mano.

Dalia aceptaba su mano, y sacudiéndose la tierra, la perdonaba. Sabía que no era intención de Fran ser brusca, pero comprendía que su emoción la superaba en los juegos; más si son acerca de correr y atrapar. Correr y lanzar, correr y empujar, ¡correr y...! Bueno, Fran era muy competitiva. Y amaba correr, claro.

Dalia era quietecita, casi muda en la escuelita y en su casa. Pero con Francesca... con Fran parloteaba, se mantenía igual de quietecita hasta que ambas proponían un dinámico juego; y a veces le contagiaba esta quietud a Fran, cuando se cansaban de tanto corretear, saltar y gritar. Se sentaban bajo la roca del centro de la pradera, y observaban a su alrededor. Mirar era lo primero, luego una soltaría un suspiro, y seguirían observando, en silencio. Fran no solía entender esa actividad tan inactiva, pero cuando conoció a Dalia en la escuelita, comprendió su importancia. Conoció la reflexividad sin entender su significado, ni haber oído nunca acerca del concepto. O la palabra.

Y Fran rompía por fin el silencio.

-Mis papás se pelearon ayer...

-¿Cómo?

-Linda se enfermó... Pregunté de qué y no me dijeron porque discutían... No quiero que se muera, me da miedo.

-Todo va a salir bien... Tu hermana no va a morir.-Dalia palmaba su espalda, buscando consolarla de algún modo.

La hermana de Fran se había contagiado de varicela, eventualmente se curó, pero Fran en su momento no sabía ni comprendía el peso de la situación. Dalia tampoco, pero no creía que su hermana fuera a morir, tampoco quería esa tragedia para su amiga. Pues conocía poco a Linda, la había visto algunas veces yendo a buscar a Fran a la escuelita. Pero, la mayoría de las veces, Francesca volvía con su amiga en la bicicleta; dejándola primero a ella en la casa, que le quedaba de paso. Y luego regresaba a la suya, si no se quedaba como visita en el hogar de la familia de Dalia por mucho tiempo, para que luego la invitaran a dormir, o si ese día era de pijamada.

En su desconcierto, Fran era reanimada por la compañía de su amiga, la chiquilla callada de la escuelita. Necesitaba eso, que alguien le diera una caricia, un abrazo o una mirada comprensiva, y le dijera "todo irá bien". Sin importar el desenlace...

Se sintió muy agradecida, sin saber por qué, y terminaron con el momento de quietud, viendo que ya el sol se estaba poniendo, llevándose el día.

La montaña estaba a media luz. La pradera, junto con la roca, la bicicleta y las niñas, ya no era iluminada. Fran se levantó, sintiéndose animada, por la calma que le devolvía su amiga.

-¡Vamos, voy por la bici!

-Casi es de noche...-Se desinfló Dalia, poniéndose de pie.

Mientras Fran buscaba la bici en donde la había arrojado, al comienzo del simpático prado, Dalia se escabulló a un sitio más apartado, lejos de la roca. Era una zona de escasa vegetación, a unos metros de su sitio habitual de juegos, con montones de piedras recubriendo el suelo, y bastante tierra que parecía haber sido removida.

Empezó a jugar sola, no queriendo irse todavía, Fran ya había levantado la bici, que le pesaba un poco porque era del tamaño ideal para su hermana mayor. Dalia gritó, jugando con el ruido que se oía, ella se reía.

-¡Hola!

Un eco le devolvió su saludo, Dalia se ruborizó contenta de su descubrimiento. Cerró los ojitos, y se dejó llevar por la euforia:

-¡Hooolaa!

Otro eco pronto, inmediato, le hablaba casi por encima de ella, saludándola.

-¡Soy Daaliaaa...!- Se había rodeado la boca en derredor  del bozo con ambas manos, y gritó tanto como pudo con su estridente y aguda voz.

Pero no fue un eco lo que le respondió, fue un grito. Un grito desgarrado desde las entrañas, un grito acompañado de pisotones fuertes, desesperados. Y trataron de alcanzarla unas pisadas raudas que lanzaban tierra con cada zancada, enterrando el pasado. Un grito que se envió a Dalia ni bien se percibió el peligro, pero que ella escuchó tarde. Un grito acompañado por un rostro en lágrimas de adrenalina. Un grito de su amiga, que corría hacia ella. Un griterío breve, que comunicó todo, con el espíritu saliéndose de la boca de quien gritaba con su alma.

Fran corrió hacia Dalia, la empujó con todas las fuerzas que tuvo, que reaccionó como reflejo, ¡que ni siquiera dudó, no lo pensó! Meditarlo un momento más no estaba en su código, en sus impulsos. Había ido con la bici, a buscarla, y la soltó por última vez. Soltó su vehículo y corrió hacia ella.

Corrió, corrió, y corrió...

Alcanzó a Dalia, la empujó con gran fuerza, pareciendo tener enojo por la intensidad que empleó. Pareciendo luchar contra algo, pareciendo un caballero librar una batalla. Como su más importante carrera, teniendo que llegar antes, ¡debiendo, sí o sí, ser la número uno! Pareciendo... Pareciendo todo lo heroico, pero resultando su última corrida. Dalia cayó lejos con el empujón de Fran, y justo había una bajada que la hizo rodar un poco más lejos, mezclándose entre césped y hojas... Fue salvada. Fran la salvó. La rubiecita no había notado, en su entusiasmo al jugar, que casi era aplastada por un montón de tierra y rocas, que cayeron de un sitio muy alto de la montaña. Que recubrieron el suelo; se estrellaron rocas contra otras, y algunos pedazos volaron, un estruendo más fue el derrumbe, y un montón de tierra al aire que se difuminó nublando todo.

Únicamente Dalia se levantó entre la polvareda. Todo el ruido del derrumbe, el griterío, los guijarros que le dejaron moretones en las piernas y brazos... Le parecía lejos de ella, tenía miedo; gritó. Y momentos después, seguía asustada por lo que pasó.

Buscó a Fran, con el cuerpo tembloroso y a punto de estallar en llanto, pero no se lo permitiría hasta ver a su amiga, no expresaría esa conmoción atroz que sentía. No hasta verla y preguntarle si estaba bien... No hasta verla e indagar qué había ocurrido. No lloraría hasta suspirar de alivio. Se quedaría allí, para hallar a Fran y preguntarle...

... tantas, pero tantas cosas.
¡Ellie Woonlon! :cartadeamor:

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