Ojos rotos
La ilusión almacena los sentidos
que ovacionan el roce de los días.
Nada apoca su musicalidad,
lo sabe el corazón tejido al viento,
y encuadrado en suspiros taciturnos
no cesa de plasmar su regocijo.
Todo celebra en luz, la muerte espera
recostada en umbríos sepulcrales
y grisáceos panfletos mortuorios.
Denominé la anchura colosal
de la vida, y temblé sin precisión
hasta caer rendido en el silencio.
Me faltó tu designio, y no toqué
la huida de los campos otoñales,
hasta que se rociaron de tristeza
los movimientos de los ojos rotos.
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Olor juvenil
Penetró en los destellos de la luna
la imagen retocada en el recuerdo.
No hay agonía en el suave contorno de tu pelo.
Aunque oscura tu voz, no es la noche
adorable el placer de mirar todo.
Presiento entre los jeans, un olor juvenil
que amedrenta el aroma de la piel.
Puedo enumerar el calor de los objetos,
y el color resalta entre los cantos del viento
hasta juntar electrizantes ruidos.
Ay amor, cuando mi boca te deduce
con su métrica lengua, puedo apretar
el cielo de tus cálidos senos.
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Altas hendiduras del viento
Llegan tarde los segundos del tiempo,
y no eres tu la que persigo, la que adormece
mis pasos suspendidos entre dos horizontes.
Han pasado por mi las hojarascas
que apaciguan el canto del otoño,
y en estos meses veo tu semblante,
caído al mar como un pescado triste
que a mitad de las olas desfallece.
Nadie vuela de noche por mis ojos,
ni las plácidas hierbas se retuercen
en el perfume verde de mi alma.
Sin amor nada existe, solo el eco
de lúgubres campanas debatiendo
sus alas sepulcrales por los umbríos
huecos de la nada, que hondean
por las altas hendiduras del viento.
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Suspiros azules
A veces silbo, para enganchar mi corazón
al ritmo de tu barca sencilla. Y te amo
salvajemente, igual que un repleto nido de jazmines.
Cuenta mis besos, cuando la tarde estire
los suspiros azules de un estival delirio.
Quizá veamos juntos la paz crepuscular
que inicia cuando pasan los sueños por el aire,
vestidos de nostálgicas palomas
que se van enterrando entre la noche.
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Era la brisa bajando por la cuesta
Venía serpenteando desde lejos,
de allá donde la lluvia cae y se junta.
Yo desbaraté la sonrisa del aire
con el azoro estable de los álamos.
Estábamos arando nuestros sueños
en el asedio seco de la tierra.
Era la brisa bajando por la cuesta,
atrayendo figuras infantiles, y rociando
de aromas conocidas, el ángulo feliz
de aquellas huellas, remojadas
con el sabor frutal, que los recuerdos siembran...
Germán g