audaces para rozar tu piel;
noches de besos alocados
entre sábanas de capel.
Mis manos que te acariciaron
colmadas de un ciego clamor;
y que con ardor anunciaron
el más arrebatador amor.
Buscaron en tus recovecos;
en tus espirales y elipses,
y mis labios ya casi secos
quedaron en eterno eclipse.
Con los retoños de mis dedos
plegué telones y cortinas
que envolvían todos tus miedos.
Lo que gocé, ni te imaginas.
Y aunque ya son de un anciano
siguen en estado latente,
desean rezar en tu fano
con una ilusión delirante.
Estas son mis delgadas manos;
aquellas que hace tantos años
viajaron por todos tus tramos;
dejando allí mis redaños.