que lleva a un cementerio triste y solitario
donde duerme para siempre el amor primero
de la Niña del pueblo, llamada Rosario.
Era un domingo invernal y nublado,
ella abrazaba el triste ataúd
que guardaba el cuerpo del ser adorado
muerto el día que hubo un alud.
El la quería como nunca ha querido
tal vez un hombre a una mujer
y el destino malagradecido
deja sola a esa buena mujer.
Todos los días, cuando amanece,
se ve a una figura de negro vestida
que en el cementerio flores ofrece
al único amor de su triste vida.
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Mariano Bequer
El Callao, 12/09/66