se arrastren las verdades, los sufrires
y junto a ellos los pasados pesares.
amarro en tus manos mi bella Grisel.
¡Qué ásperos son tus dedos ya cansados!,
sujetando la locura; agonía de sulfura derramada
esa ovalada figura, demencial que te entristece
y recorres cada perla, con tu meñique rosa pálido
como andando en los días felices , esos ya pasados.
Se enreda y se resbala por tus frágiles piernas,
el delicado bordado de encaje azul floral.
La acomodas en tus manos, y te encojes egoísta;
clavas la plata deslumbrante hecha para la cerradura,
mientras sientes esa ausencia aún vibrante escondida.
¡Te asfixia la hiel amarga, que te ahorca desde el corcel!
¡No, no mi hermosa flor de luna, hermosa Grisel!
aún no duermas a tus ojos, que la noche hizo entrada.
¿Por qué tus quinqués color del río se hacen vidrio derretido,
mi hermosa Grisel de morada rebuscada?.
Es crepúsculo reflejo ágata marrón, color de tu ovalada;
sobre la espalda del Compás de la Mancebía.
Estrujando entre tus dedos, tu única alegría dolorida,
mientras ellos en los días que huelgan
sus cuerpos, hacen trabajar a sus tristes almas,
convirtiendo tu noche Grisel, en la tortura revivida.
¡Grisel, ohh Grisel de horas nuevas!,
sigues en tu lecho encogida, ¡que visión adolorida!,
y a la puerta llaman ya, ¿es la hora de la arqueada agonía?,
las izas listas ya están. Levántate de frente,
recoge lo poco que queda de tus días en porcelana,
y regala, por cinco ducados la ambrosía del humano preferida.
Mi bella Grisel has de sufrir, pero sobre tu mano estrecha,
la pulsera que tu amado fallecido, como olvido te dejó.
Meretriz.