Nunca esperé que nadie me bajara La Luna,
porque La Luna es mía, yo misma la bajé
para habitar en ella. Me tengo tanta fe,
soy tan agradecida, que soy rica de cuna.
Tener plena consciencia de mi inmensa fortuna
me impide estar presente donde nunca estaré,
pues ni Isabel II, a la hora del té,
ha logrado que yo, con ella me reúna.
Vivir a ras del suelo, entre el oro y las balas,
dándole de alimento dinero a las polillas,
es 'existir apenas' en este mundo ingrato.
Jamás las apariencias mutilarán mis alas,
ni el Tío Sam podrá ponerme de rodillas,
si, viviendo en La Luna, el lujo es tan barato.
La Victoria.