(¡LLEGA EL HOMBRE!)
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La cueva fue el pasado, la guarida,
el refugio antitodo, la caverna
del hombre, en sus albores, primitivo,
su escondite, su hogar, su madriguera.
La cueva fue el presente, la distancia
que puso al hombre a salvo de las fieras,
la defensa pasiva ante el acoso
de lluvias, vientos, rayos y tormentas.
Llegó a ser el futuro, la esperanza,
cuando las garras fueron solo manos,
donde las fauces fueron solo bocas.
Brazos, manos y bocas, beso, abrazo.
Allí el aullido se volvió palabra,
voz y nombre en las cosas aprendidas.
Dijimos hoja, rama y después árbol.
Gritamos tierra, madre, y antes ¡vida!
La cueva concitó en sus medias luces
los encuentros de miedos compartidos.
Los apremios del sexo, sus urgencias,
las primeras caricias y los hijos.
La cueva ha perpetuado desde siempre
la virtud paridora de la tierra,
su vientre universal, reproductivo,
que dió a luz flores, frutos, hombres, hembras.
La cueva fue la pausa necesaria
para hilvanar heridas y estrategias,
porque sobrevivir era pregunta
inoportuna y siempre sin respuesta.
En la cueva he pasado tantos siglos
que el musgo se ha enraizado en mis entrañas,
dibujando venados y bisontes
en praderas de roca milenarias.
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El progreso marcó las diferencias.
Saltamos de la cueva a la cabaña,
del castro, de la aldea, del castillo
a la ciudad soberbia amurallada.
Y un día la ciudad fue como un monstruo
que consiguió escapar del laberinto
y extendió furibunda sus confines
tragándose montañas, bosques, ríos.
Al monstruo le han crecido mil cabezas
y estómagos sin fondo, reversibles,
que funcionan como trituradoras
de mierdas y otros lodos comestibles.
Superó a la langosta en su infinita
voracidad de plaga de diseño
que, infiltrada en las venas de las cosas,
corrompe las cosechas y los sueños.
Voy como un pez en una hormigonera
intentando escapar del remolino,
ni mis mejores trucos de escapista
consiguen desprenderme los precintos.
La ciudad me supera. No se adaptan
a su entorno mis genes cavernarios.
No sé evolucionar ni asilvestrarme
en la jungla incivil, civilizado.
Mi miedo es un resorte, se dispara
al mismo tiempo que la polvareda
de la ciudad me alcanza, y como Atila
no va a dejarme piedra sobre piedra.
La estoy viendo llegar, es la avalancha
que se traga el paisaje en un momento,
pesada indigestión planificada
de parcelas, de cables, de cemento.
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Temblad conmigo fuentes, aves, ríos,
bosques, lobos, gacelas, mares, montes.
Llorad porque no habrá quien nos defienda
del común enemigo. ¡Llega el hombre!
Reyes.