al pasar por el parque, en la alameda.
Sentado en aquel banco, junto al olmo,
la mirada perdida y la cabeza
apoyada en el pomo del bastón,
que tus huesudas manos bien sujetan.
Vestimenta raída, mas decente,
una visera a cuadros, bien compuesta,
cubre la escasa plata de tus sienes
y en el labio, un cigarro que no humea,
pues ha tiempo su lumbre se apagó
y no pudo prenderse su candela.
¿La mirada perdida he dicho yo?
Pues, la verdad, no creo que tal fuera,
que mirabas absorto, entimismado,
a esos niños jugando en la plazuela
que, quizás, te recuerdan a tus nietos,
ésos que te arrancaron por la fuerza.
Hoy te he visto de nuevo, viejo amigo,
y me he visto a mí mismo...