
Una bella cascada
limpiaba rocas,
eso intentaba
en su caída ruidosa.
Los musgos juiciosos
a los caracoles daban
caricias azules y blancas,
cierto brillo brumoso…
Quedaron enclavados
en tu mirada, verdores
selváticos, tronando
en tu oído cuánto te amaba.
Recostados en el sauce
nuestros cuerpos caían
como empujados por el viento;
sólo la laguna miraba…
En tu boca ansiada
aplaqué mis ganas,
saboreando a gusto
tus carnosos labios.
Como la cascada
caíste en mis brazos,
el sauce llorón
cantaba.
Desnudos nos amamos,
sin juicio, sin ruidos,
tan sólo un gemido
escuchó la laguna.
Revolcamos ansias sin pudor alguno,
subida a tu cuerpo, mientras te miraba,
lasciva besaba tu hombría
regando mi boca con tu savia.
Mi boca y tu boca
tus ojos, mis ojos,
tu cuerpo y el mío
prendidos quedaron.
Matilde Maisonnave[/center