
La noche descendía sigilosa por la habitación,
entre hilos de opacidad y de misterio, se inundaba de sombras y siluetas,
observé tu rostro, aunque sereno,
por momentos parecía el espejo de una batalla que luchabas por vencer,
entre la angustia de la desesperanza, te sentí indefenso,
ajeno a mi presencia, libre de la cruel realidad que me supera,
te mire, con toda la ternura que despiertas en mi piel,
ávida aún, de tu sensualidad, anhelante del calor
que en otros tiempos en tus brazos había sentido,
acaricie inquieta cada poro de tu piel,
lastimando mi soledad el verte sosegado
con tu cuerpo desnudo, sólo cubierto por una sábana de seda
pude observar en tu corazón las lesiones que otros brazos te dejaron
las luchas sin cuartel en las que no siempre resultaste vencedor
heridas aún abiertas, dolorosas
y entre ellas estaba yo, marchita,
con la claridad de que en tu vida fui ligera brisa que te envolvió
sin destino ni presencia, como un pequeño soplo pasajero
me sentí perdida, recostada en el centro de tu lecho, cuidé de ti
acomodé tu rostro en mi pecho y te dejé dormir
cuando los rayos del sol penetraban tu ventana, y antes de marcharme
grabé mi imagen en tus sueños, deposité mi esencia en tus labios
besé tu cuello, susurré a tu alma lo mucho que te amo
y que aún te extraño
Ame Torre