
Sospeché que el invierno
ya cedería en su tormenta,
que el sol acariciaría
con su aliento cálido
la ventisca de mi tristeza.
Pero reacia la ironía
y cual jardín de
gigante egoísta
se extiende ligera
en este eterno presente.
Presente espurio,
que inerte sonríe en el horizonte
con la melodía congelada
en la viola de mi sangrante
corazón asesino.
Y el duende del destino,
amigo de mi nostalgia,
llega de soslayo y repentino
de la mano del fantasma
de mi dilecta soledad.
Abril 2014