
En procesión los astros, orbitan ese sol ceniciento que componen
las bóvedas del pensamiento
y de la reflexión, cuando aferrarse al último escollo
entre tu mirada y la mía,
a nuestra última discrepancia cosmogónica
supone el más germinal de mis poemas,
fútil vanidad de secuoya mutante.
Ojos en red mordieron el anzuelo,
tienes extinta el alma de burbujas,
mientras a mí se me agotan los recursos y apelaciones
ante el tribunal desde donde te ahogas.
Me acompaña el testigo de la realidad,
jura sobre la Biblia y sobre Dios,
ya que muchos no saben que Dios jura sobre nosotros
y nunca se equivoca.
Y sobre nosotros, qué ha jurado, qué ha jurado,
cuál ha sido el fallo del jurado.
Solo somos dos ciegos
jugando a los dados.
Dos tempestades dormidas en un escenario.
La inquietud de los labios que no se gasta.
Y la calma de saber que siempre hay alguien por encima.